Mi madre cuenta, siempre que tiene ocasión, que el primer libro de verdad que le pedí que me comprara fue La guerra de las Galias de Julio César.
O sea, ya con 16 años, una vez que empecé a estudiar latín y me entusiasmé con todo eso.
Hasta entonces, me aburría leyendo libros de verdad.
Claro, no me aburría leyendo lo que a mí me gustaba: libros de la colección de El barco de vapor, los de Pesadillas de R. L. Stine, por supuesto tebeos de Zipi y Zape, Mortadelo y Filemón, etc., y por supuestísimo las aventuras gráficas como los Monkey Island y demás.
Es decir, yo, realmente, siempre he leído bastante.
Pero leer al Arciprestre, a Cervantes, a Fernando de Rojas y a todos esos clásicos de nuestra literatura cuando todavía ni había besado a una chica, pues eso no me gustaba.
Recuerdo que una vez me mandaron leer La isla del tesoro en mi protoadolescencia: aventuras, piratas… no sonaba tan mal, ¿no?
El libro resultó ser insufrible. Por alguna razón, mi madre me propuso que lo leyéramos juntos (más exactamente, que ella me lo leyera a mí en voz alta). Solo años después me reconoció que para ella también fue una experiencia excruciante.
Nescio, sed fieri sentio et excrucior.
No te voy a hablar en este correo de cómo está planteado el tema de las lecturas obligatorias en la educación española, porque me consta que actualmente se está trabajando en ello. Espero que a mejor.
Quizá conozcas a un señor, Daniel Pennac, que escribió un libro traducido al español como Como una novela. En él enumera los diez derechos del lector.
Los que más me llaman la atención son los tres primeros, y especialmente el tercero:
- El derecho a no leer
- El derecho a saltarse las páginas
- El derecho a no terminar un libro
¿Cómo? ¿Que uno puede dejarse un libro a medias?
En segundo de bachillerato, es decir, el año antes de empezar la universidad, me mandaron leerme La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza.
A mí ahora me gusta bastante Mendoza: he leído bastantes de sus libros y tengo pendiente leer los restantes.
Sin embargo, nuestra relación no empezó con buen pie.
Durante el primer tercio de la obra (a ojo de buen cubero) me resultaba imposible enterarme de qué estaba pasando. No es fácil continuar leyendo un libro del que no te estás enterando.
Si hubiera conocido mi tercer derecho de lector (y hubiera podido ejercerlo, que no creo), sin duda lo habría ejercido.
Y, sin embargo, en un momento concreto el libro empezó a hacer clic… hasta el punto de que empecé a leerlo no ya en los periodos que tenía designados para las lecturas obligatorias, sino en mi propio tiempo libre.
¡Increíble!
Después de varios lustros, he vuelto a leerlo… o más bien a audioleerlo.
Lo de los audiolibros es una auténtica genialidad.
Ya sé lo que es posible que estés pensando: que eso es para vagos.
Mira…
Cuando abrió Amazon en España, yo fui el primero en comprarse un libro electrónico Kindle.
Todavía hoy hay mucha gente que dice que para leer hay que pasar las páginas y sentir el olor de las páginas; que qué es eso de la tinta electrónica.
Bueno. Yo no estoy de acuerdo con eso, pero allá cada uno con sus gustos: de gustibus non est disputandum.
Ahora la disputa está en que si los audiolibros son para vagos o si es, simplemente, una forma alternativa, incluso complementaria, de consumir literatura.
Imagínate a los pintores quejándose de las fotografías: que eso es para vagos.
Imagínate a los dramaturgos quejándose de las películas: que eso es para vagos.
Imagínate a los directores de orquesta quejándose de las grabaciones: que eso es para vagos.
Una especie de novoneoludismo.
Otra vez: es posible que pienses que los audiolibros son para vagos.
A mí, como ya he dicho, me parecen una auténtica genialidad. Todavía sigo leyendo (especialmente las obras más sesudas), pero si la obra está en audiolibro… a ello que voy.
Hace muchos años, mi padre despotricaba de los teléfonos móviles y de quienes los tenían. Un día, le descubrimos un teléfono móvil: se lo había comprado a escondidas. Bastante ridículo, la verdad, pero es lo que tiene ser esclavo de tus palabras y del de esta agua no beberé.
Yo a mi padre lo quiero y admiro mucho, pero, si me aceptas un consejo no solicitado, en esto no seas como mi padre.
Bueno.
¿De dónde saca uno los audiolibros?
Te hablo de los dos principales servicios de audiolibros en español y los comparo aquí.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Anímate a probarlos. Los dos servicios tienen periodos gratuitos para eso, para que los pruebes. Ojo, que, incluso si finalmente decides no pagar, yo me llevo en cualquier caso una comisión por haberte apuntado a la prueba desde los enlaces de ese artículo.