El otro día llegué a un vídeo con una conversación con un expresidiario, uno de los ladrones españoles de más caché, si atendemos al valor de su histórico de botín.
A pesar de ser un ladrón digno de La casa de papel, él dejaba claro que nunca habría participado en un golpe que implicara violencia.
Había algo de intelectual en el señor.
Me imagino que muy pronto llegó al momento en que, objetivamente, ya no necesitaba robar más. Pero debe de ser muy fácil engancharse a esa adrenalina…
Al final lo trincaron, claro.
Tras la correspondiente paliza precarcelaria de los 80, dio con sus huesos en una celda.
Ahora viene lo bueno: este tío se escapaba de la cárcel cada día.
Aun así, no cometió ninguna infracción.
¿Cómo lo hacía?
Su carné de la biblioteca de prisión echaba fuego.
Todo el tiempo que podía lo dedicaba a leer un libro, y otro, y luego más.
Hasta de un ladrón debe uno apreciar este tipo de cosas.
Yo no tengo carné de la biblioteca municipal, pero sí tengo una suscripción (de hecho, dos) de audiolibros. Mi teléfono y mis auriculares inalámbricos echan fuego.
Te hablo de ello aquí.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Afortunadamente, uno no tiene que estar en la cárcel para escaparse cada día.