Cuando uno más o menos sabe algo pero no está demasiado fogueado, ese conocimiento más o menos instintivo puede ser suficiente para sacarse uno mismo las castañas del fuego, pero probablemente esos conocimientos estén tan cogidos con pinzas que sea difícil transmitirlos a otro.
Por ejemplo, cuando yo estaba en los primeros años de la universidad e impartía clases particulares por un chusco, por lo general se daba bien la cosa y los estudiantes mejoraban.
Claro, de no saber ni rosa, rosae a poder resolver las frasecillas hay ya un importante trecho.
Sin embargo, cuando el estudiante ya estaba algo más avanzado y entrábamos en teoría más compleja, no necesariamente se daba tan bien la cosa.
Le debo mucho a Bernardo, mi profesor de Latín en bachillerato. Aun así, su explicación de cómo traducir las oraciones de infinitivo no era satisfactoria, pues se limitaba a una tabla que había que memorizar y aplicar sin pararse a entender nada más.
Lo que en un principio yo simplemente había memorizado, con la práctica, de forma inconsciente, fui entendiéndolo mejor poco a poco.
Y fue un día, con una alumna de clase particular, mientras le explicaba las oraciones de infinitivo, que todo terminó de hacerme clic en la cabeza: al yo explicarle a esta chica las oraciones de infinitivo, yo mismo terminé de entenderlas.
Esto no es nuevo: docendo discitur, de toda la vida.
Dicho de otra forma: compartir es aprender.
Si yo tengo una manzana y te la doy a ti, el resultado es que ahora tú tienes una manzana y yo no tengo ninguna.
Afortunadamente, el conocimiento no es así.
Si yo te envío un enlace a un artículo y tú lo lees, el conocimiento que adquieres no es borrado de los cerebros de las personas que lo han leído antes que tú.
Un mismo artículo, un mismo enlace, puede ser disfrutado por un número infinito de personas, sin perjuicio para ninguna de ellas.
Cuando yo escribo un artículo o publico un vídeo o lo que sea en internet, lógicamente lo que a mí me conviene es que lo consuma el mayor número de gente posible.
Yo puedo tener nosecuántos seguidores en redes sociales y nosecuántos suscriptores en este boletín, pero mi alcance es, lógicamente, muy limitado.
Si yo envío un enlace a —digamos— 1000 personas, entonces el enlace les llega a 1000 personas y ya está.
Pero si cada una de esas 1000 personas comparte el enlace con un amigo, ahora son 2000 las personas que tienen ese enlace: el doble de repercusión respecto a lo que yo podía hacer por mí mismo.
O sea: no solo no me importa que la gente comparta mis contenidos, sino que de hecho es bueno para mí, es bueno para la otra persona y probablemente —pues ha salido de ti el compartir— sea bueno para ti.
Por eso me extraña que haya gente que ponga tantas trabas para que se compartan —dentro de la legalidad y la ética, claro está— sus contenidos.
¿Te gusta algo de lo que tengo publicado? ¡Comparte el enlace con todo el mundo! ¡Hasta es gratis!
No solo de YouTube vive el hombre, pero en mi canal de YouTube subo contenidos de forma muy frecuente.
¡Un saludo!
Paco
P. S. No hace falta informarme ni pedirme permiso: si está en internet y tiene un enlace desde el que acceder directamente, se puede compartir.