En la recientemente referida segunda vez que me engatusaron para estudiar un máster en la universidad había algo probablemente antirreglamentario.
Concretamente, que los alumnos del máster en cuestión estábamos etéreamente obligados a asistir a determinadas conferencias.
¿A qué me refiero con «antirreglamentario» y «etéreamente»?
A que la obligación probablemente no era tal: cualquiera que hubiera interpuesto una queja ante el decano o quien correspondiera se habría librado de asistir a dichas conferencias.
Bueno está.
Vamos al lío.
Alguna vez he dicho que hay algo de esquema piramidal en la educación: no digo —ni mucho menos— que en toda la educación, pero sí en algunos puntos, y especialmente en la universidad.
Habrá gente que se indigne por esa realidad y gente que se indigne porque yo diga que existe.
Una vez, ya a finales del máster, nos obligaron a ir a una conferencia, aunque más bien era una charlita/charleta.
Por aquel entonces ya estábamos todos hasta las mandangas de conferencias/charlitas/charletas insustanciales porque ya habíamos aprendido por la experiencia que eran una pérdida de tiempo.
Y aun así allí estábamos una vez más.
La charla la daban dos exalumnas del máster, el máster de profesor de español como lengua extranjera.
Si mal no recuerdo, el título debía de ser algo como «Cómo encontrar trabajo de profesor de ELE tras el máster».
Tras un rato largo hablando de generalidades dignas de las redes sociales de Infojobs, una de ellas reveló el método mágico para conseguir trabajo de profesor de ELE: que tus padres tengan una academia de español.
Esa era su historia.
Y así nos la había contado.
Igual te estés preguntando: ¿qué aprovecha a nadie (charleras, responsables del máster, alumnos) semejante despliegue de genialidad?
En el pasado ya he hablado de uno de los grandes axiomas de la historia de la humanidad: si algo es gratis, el producto eres tú.
Con eso en mente…
Supuestamente los beneficiados de las charlas éramos los alumnos.
Pero realmente los alumnos éramos el producto: la audiencia necesaria para que una conferencia/charla sea tal y no dos personas hablando a la pared.
Y con eso las charleras podrían añadir a su currículum que habían dado una conferencia en —nada más y nada menos que— la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla.
Es lo que hay.
También he dicho varias veces en este boletín que el tiempo es un bien mucho más valioso que el dinero, porque de este siempre podemos ganar más, pero de aquel, nunca.
Y por eso me aterroriza y me indigna que la gente me haga perder el tiempo.
Y por eso yo no quiero que nadie pierda el tiempo por mi culpa.
Por eso mis pódcasts no tienen 30 segundos de musicotes por delante y por detrás.
Y por eso mis cursos tienen los materiales bien clasificados entre imprescindibles y complementarios.
Si solo quieres seguir avanzando a machete por el curso para llegar al final y aprobar un examen, ya sabes qué es lo que tienes que hacer.
Y si lo que quieres es aprender lo máximo posible, también sabes lo que tienes que hacer.
Porque todo está bien marcado en mis cursos de latín y griego: el núcleo (lo importante) y lo complementario.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Para resumir la historia, y es totalmente verídico: nos dieron la charla dos; la charla era sobre cómo encontrar trabajo; el único trabajo que había encontrado una de ellas era en la academia de sus padres.