Alejandro murió con 32 añitos dejando un imperio de una extensión de —según el primer resultado de un gugleo rápido— 5,2 millones de kilómetros cuadrados.
(Dejaremos a los historiadores debatir cómo de imperial era ese imperio).
Con 32 añitos había sido rey de Macedonia, hegemón de Grecia, faraón de Egipto, rey de Asia y gran rey de Media y Persia.
Dice Suetonio que un día Julio César, estando en Gades (actual Cádiz), visitó el templo de Hércules, donde había una estatua de Alejandro.
Tras contemplarla un largo rato, exhaló un intenso suspiro de pena por sí mismo, porque él ya había sobrepasado la edad del macedonio sin haber llegado a conseguir nada reseñable.
Plutarco da una versión más dramática: que estaba leyendo sobre la historia de Alejandro y se perdió en sus pensamientos hasta que, repentinamente, rompió a llorar.
Sus allegados acudieron sorprendidos y le preguntaron por su quebranto, a lo que Gayito respondió:
¿Es que no creéis que es para llorar el hecho de que Alejandro, a mi edad, fuera ya el rey de tantos pueblos, mientras que yo no he conseguido ningún éxito reseñable?
De esta anécdota se pueden sacar muchas conclusiones, pero me quedo con las dos caras de una sola moneda.
La ambición está bien y motiva a la gente a esforzarse y superarse: bien por eso.
La ambición desmedida puede llevarte a acabar bañado en tu propia sangre con 23 puñaladas.
Con mis cursos de latín y griego no vas a hablar latín como César ni griego como Alejandro. Tampoco vas a escribir latín como Suetonio ni griego como Plutarco.
Pero sí puedes aprender latín y griego desde cero hasta el nivel de la universidad.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Nivel de la universidad del siglo XXI, eso sí.