Es sabido que un médico es, a menudo, el peor paciente.
De igual forma, muchas veces los docentes son los peores discentes.
Los psicólogos y psiquiatras a menudo hacen uso de los servicios de sus colegas. (Al menos eso se ve en las películas).
En todo esto, siempre hay algo del sabio refrán: en casa del herrero, cuchillo de palo.
A mí me han llamado reduccionista histórico. Realmente ese era el más suave de los mensajes que recibí al respecto del Quijote argentino.
También recibí otros más contundentes.
La contundencia de las respuestas fue directamente proporcional al grado de docencia en literatura y argentineidad del remitente.
Yo sé qué es la deformación profesional, porque ningún profesional está libre de ella. (Por supuesto, me incluyo yo mismo).
Claro, el que es especialista en literatura y docente de literatura tiende a ver cualquier escrito sobre el tema como un examen de un alumno.
Entonces hubo gente que leyó aquel correo del Quijote argentino como si fuera un examen que tenían que corregir.
Lo que pasa es que no era un examen porque yo no soy el alumno de ninguno de estos docentes. (Ojo: esto no quiere decir, ni mucho menos, que yo sepa más que ellos, porque lógicamente no es así, y ya lo he dicho en alguna otra ocasión; simplemente quiere decir que yo no soy alumno de estas personas).
El correo del Quijote argentino era un correo más como los que escribo cada día: a un tema le saco punta de forma más o menos jocosa (o lo que toque ese día) en un correo que escribo en un ratito.
Los correos tienen más de historia personal (y de publicidad de mis contenidos) que de examen. Claro, sería difícil hacer un examen en una carilla de un folio mientras te tomas una cerveza.
Bueno.
Todo esto es para decir que hubo más de una, dos y tres personas que me respondieron a aquel correo de forma que era claro que no entendieron el tono de muchas partes del correo.
Por ejemplo, cuando digo que el ínclitas razas ubérrimas es un peñazo, lo digo retrotrayéndome a lo que pensaba cuando tenía 16 años. No era un ataque a Rubén Darío ni a los latinos ni a los hispanoamericanos ni a las personas que se llaman Rubén ni a la literatura de ninguno de estos colectivos.
Cuando decía que los gauchos son una especie de cowboy, lógicamente era una comparación muy grosso modo y en el tono de andar por casa de mis correos para que quien no sepa qué es un gaucho se haga una idea rápida. No era una forma de ceder ante el imperialismo cultural estadounidense ni de atentar contra la identidad cultural de la historia o el folclore argentino ni de sugerir que a los gauchos habría que habérselos comido con salsa gaucha.
Etcétera.
Vaya, que algún fallo de comprensión lectora creo que ha habido. Justo en personas que se dedican a la literatura.
Ojo, aun así comprendo que no siempre es fácil quitarse las gafas de profesor.
Pero sí que creo que, antes de lanzarse a quejarse y criticar, hay que asegurarse de que hay razones para ello.
Igual has llegado hasta aquí y no sabes ni de qué correo hablo. Este es el correo original.
Quizá sigas pensando que soy un reduccionista histórico, un despreciador de la literatura argentina o adorador de becerros de oro.
En caso contrario, espero que hayas disfrutado ahora, o quizá cuando lo recibiste, el correo original.
Y si quieres saber más sobre Martín Fierro, los gauchos y la gauchesca, puedes mirar aquí.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Si sigues recibiendo, abriendo y leyendo mis correos pese a haber sido una de las personas a las que me refiero en este mensaje, gracias. Puede que ahora haya quedado más clara la cosa, o puede que te hayas reafirmado en mi ignorancia. Esto es lo que hay. 🤷♂️