Por muy poca mitología que uno pueda saber, sin duda todo el mundo conoce a Edipo, el señor griego que se acostó con su madre. El del complejo de Edipo de Freud.
Los dramaturgos griegos escribían todo el rato de lo mismo.
El público ya se sabía la historia de memoria. Primero, porque todo ese contenido mitológico ya era parte del imaginario colectivo. Segundo, porque cualquier episodio mitológico ya se había tratado en otras tragedias anteriores.
El mérito de Esquilo, Sófocles y Eurípides —los tres grandes tragediógrafos griegos— no se basa en la originalidad de sus argumentos.
Su mérito, gracias al cual se han conservado algunas de sus obras hasta nuestros días, es precisamente coger una de las mismas historias de siempre y hacerla suya.
O sea, lo importante no era qué contaban, sino cómo lo contaban.
No voy a ponerme a hablar del éthos, el páthos o el lógos, porque entonces ya no me vas a abrir más correos.
La historia de Edipo es la de un desgraciado que pagó los platos rotos de sus antepasados, porque en la mentalidad griega los castigos se heredaban de generación en generación.
Te pego unos versos del Edipo rey de Sófocles que traduje durante la carrera:
A escondidas de mi madre y de mi padre, me dirigí
a Delfos, y Febo me despidió sin atenderme en aquello por lo
que vine, sino que, diciendo desgraciadas,
terribles y miserables cosas, se manifestó:
que estaba fijado que yo me uniría a mi madre
y que traería al mundo una descendencia insoportable de ver
para los hombres, y que sería el asesino del padre que me
había engendrado.
Ahí es nada.
Algo recurrente en la mitología griega es lo de querer escapar a tu destino y por supuesto fracasar.
De hecho, lo normal es, precisamente, cumplir ese destino que quieres evitar justo mientras estás tratando de escapar de él.
Eso es exactamente lo que le pasó a Edipo. No queriendo matar a su padre (adoptivo) ni queriendo yacer con su madre (adoptiva), acabó matando a su padre (biológico) y yaciendo con su madre (biológica).
Es por eso que, si lo pensamos fríamente, Edipo resulta ser the original motherf***er.
Cuando vi esa camiseta en una tienda de recuerdos de Atenas, me gustó el juego de palabras.
Ahora tengo una camiseta que me hice yo mismo (más chula que la original, por cierto). Todo el mundo que la ve (y entiende la referencia) me pregunta dónde la he comprado.
Antes de que me lo preguntes tú, te dejo mi colección de camisetas para filólogos.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Excepto la de los historiadores cuentistas (porque no soy historiador), ¡las tengo todas!