Una de las anécdotas más famosas de la Antigüedad es la del encuentro de Alejandro Magno con Diógenes de Sinope.
Este es el Diógenes del síndrome de Diógenes (aunque el nombre no está bien puesto, porque él profesaba más bien lo contrario) y también el Diógenes del cinismo.
Era el hombre más minimalista del mundo. Sus posesiones se podían contar con los dedos de una mano. Entre ellas, había un cuenco que usaba para beber. Sin embargo, cuando un día vio a un niño beber directamente con la mano, entendió que ese cuenco no era necesario y se deshizo de él (por eso lo de que el nombre de síndrome de Diógenes está mal puesto).
En fin, esto, para que nos pongamos en contexto del carácter del personaje.
Me imagino que, si Diógenes hubiera vivido en el siglo XXI, habría aparecido en programas de televisión con Jesús Quintero, compartiendo pantalla con el Risitas y su cuñao el Peíto.
Pues bien.
Una vez, Alejandro Magno estaba en Corinto, donde vivía Diógenes.
Igual que la fama del Risitas ha viajado a Finlandia, donde tiene un anuncio de pizzas finlandesas, así la fama de Diógenes viajó hasta los oídos de Alejandro, y este quiso conocer a aquel.
Aquí tenemos que imaginarnos a Alejandro —el hombre más poderoso del mundo, envidiado y admirado por el propio Julio César— pavoneándose en su magnífica armadura.
Se acercó a Diógenes, que estaba tomando el sol tirado más o menos en medio de la calle:
—Soy Alejandro.
—Y yo, Diógenes, el perro.
—¿Por qué te llaman Diógenes, el perro?
—Porque alabo a los que me dan, ladro a los que no me dan, y a los malos, los muerdo.
Alejandro debió de ver una estupenda oportunidad para mostrar, a la vista de los cientos de curiosos, su magnanimidad:
—Pídeme lo que quieras.
La respuesta de Diógenes fue la que podíamos esperar de tal personaje:
—ἀπὸ τοῦ ἡλίου μετάστηθι.
Para saber qué significa, tienes que hacerte mi curso de griego antiguo desde cero.
…
Es broma. La traducción es esta:
—Apártate del sol.
Aquí nos imaginaríamos al típico megalómano volviéndose loco ante tal troleo y mandando cortarle la cabeza a Diógenes.
Sin embargo, a Alejandro le gustó tanto la respuesta que dijo:
—Si yo no fuera Alejandro, me gustaría ser Diógenes.
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¡Un saludo!
Paco
P. S. Podrías haber dejado de leer hace ya unas líneas si hubieras hecho mi curso de griego antiguo desde cero.