Hay gente que realmente piensa que soy nocivo para la educación.
Alguien una vez me llamó «la vergüenza de la filología clásica».
Incluso ya he pasado por recibir presiones (algunos incluso dirían «amenazas») de alguien en la universidad. (Algún día hablaré de eso. No es la primera vez que me meto con la universidad, y lamentablemente es imposible que sea la última: demasiada tela que cortar).
En el siglo XXI todavía hay mucho novoneoludismo educativo.
Sin embargo, sí he de reconocer que supongo, potencialmente, cierto peligro para la educación.
No pasa un día sin que alguien me escriba para preguntarme una duditita de nada, o para que le haga los deberes, o le tutorice la tesis, o me presente a las oposiciones en su lugar.
Lo de las oposiciones es broma, y lo de la tesis, más o menos, pero sí que me han ofrecido dinero por ayudar en exámenes o por hacer —no ayudar— trabajitos que tienen que entregar.
La mayoría de mensajes que recibo para hacer deberes gratis a completos desconocidos tienen un rasgo en común que hace que automáticamente los ignore: se nota a la legua que ni siquiera lo han intentado. Simplemente me copian el enunciado del ejercicio y esperan que yo, porque sí, les diga la solución.
No es por pereza, ni por soberbia: es que simplemente no voy a ir haciendo los deberes ni al desconocido ni a ese contacto de Facebook o WhatsApp al que le vi la cara una hora hace cinco años.
La última vez que di clases particulares (o tutorías), el precio era de varias decenas de euros por 55 minutos. Ya no hago esas cosas porque, independientemente del dinero, la mayoría de las veces se trataba de cosas —vamos a decir— turbias.
En cambio, mis cursos, con todos sus materiales complementarios, siguen estando disponibles.
En otra ocasión, alguien me dijo que proporcionar traducciones era en detrimento del estudiante. Fuera de contexto, tendría razón. Por eso no proporciono traducciones a nadie: desde luego no al completo desconocido, y ni siquiera a mis estudiantes de pago.
Sí proporciono las traducciones de los textos que vemos en el curso, claro. Primero se trabaja el texto y luego se comprueba con la solución proporcionada por el profesor, que por cierto, y muy importante, no se trata realmente de una mera revisión, sino que, de hecho, se aprende mucho más.
La educación ha funcionado así desde que los monos abrían nueces con piedras.
Decir que proporcionar las traducciones de los ejercicios es nocivo es como decir que los deberes que se realizan en casa no pueden luego corregirse en clase.
En fin, que tengo un curso de latín: teoría y práctica desde cero, explicada y revisada en la pizarra, paso a paso.
¡Un saludo!
Paco
P. S.: Apuntarte al curso de latín desde cero no te dará acceso a que te traduzca frases para tatuajes ni salutaciones personales a la virgen, pero sí podrás aprender tú todo lo que necesitas para hacer eso y mucho más.