En todas las profesiones hay lloricas que lloriquean por hache o por be.
Una causa de lloriqueo muy frecuente es la del intrusismo. Curiosamente, el intruso siempre es el otro. Es facilísimo ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio.
Por ejemplo, un lloriqueo que veo mucho por las redes sociales es el de los traductores lloriqueando porque los filólogos les intrusean haciendo traducciones.
¡Un filólogo no es un traductor! ¡Que yo no me he pasado cuatro años estudiando Traducción para esto!
Ojo, porque nunca veo a los traductores hablando de intrusismo cuando un traductor se pone a enseñar inglés, francés o la lengua que toque.
Por supuesto, el tema del intrusismo es más complejo de lo que yo pueda entrar a detallar en un correo, pero, en general y en los mundos en los que me muevo —lógicamente el intrusismo es grave en medicina, etc.—, me parece una postura obtusa y de mentalidad de escasez.
En fin, no he venido a hablar de traductores hoy.
Hoy vengo a hablar de filólogos que intrusean en otras filologías.
Cualquiera estaría de acuerdo en que las asignaturas de Latín, de Griego y de Cultura Clásica son para los filólogos clásicos.
Sin embargo, muchas veces la papeleta de profe de Latín la tiene que resolver algún profe de Lengua al que le faltan horas para completar su horario obligatorio.
Sorprendentemente, a uno le pueden dar un título de filología hispánica sin saberse ni el homo, hominis.
Ojo, ni una cosa ni la otra creo que sean culpa del profe de Lengua-Latín.
Según el concepto de intrusismo que podemos manejar, un profe de Lengua, aún más si no tiene ni repajolera idea de Latín, es un intruso si se pone a impartir la asignatura de Latín.
De vez en cuando, se apunta a mi curso de latín desde cero gente con correos pertenecientes a centros educativos.
Alguna vez será el profe de Matemáticas, Historia o Química al que le ha dado por ponerse a estudiar latín, pero la mayoría de las veces son intrusos.
O sea, profes de Lengua a quien les ha tocado ponerse a enseñar Latín sin saber latín.
Como decía en el título de este correo, yo admiro a esta gente. Cero sarcasmo: admiro ciertamente a estas personas.
Sin tener la obligación legal —otra cosa es la obligación moral—, se gastan más de 200 euros de su propio bolsillo para comprar el curso, a lo que hay que añadir la cantidad de sus propias horas extralaborales que tienen que invertir en hacerlo, entenderlo, aprenderlo, practicarlo.
¡Bravo por estos profes!
Con lo fácil que sería decir: eh, que yo soy profe de Lengua y no he elegido ser profe de Latín, que es una cosa que me han endosado contra mi voluntad, por lo que les van a dar por **lo, así que les voy a poner películas peplum y a contar mitos y recitaremos los poemas renacentistas y barrocos de Garcilaso y Quevedo y Góngora y toda esa gente que hablan de mitos, que eso sí que es lo mío.
Y sin embargo no: se gastan su dinero e invierten sus horas libres.
No sé si tú estarás en esa situación o conoces a alguien que lo esté o pueda estarlo. Incluso si eres camarero, astronauta o jubileta, mi curso de latín desde cero es para ti.
¡Un saludo!
Paco
P. S. El primer módulo está abierto a todo el mundo. En él, llegas a traducir unas pocas frases por tu cuenta. ¡Pruébalo y luego decide!