Dejar una carrera universitaria es algo en cierta medida traumático: ha sido un gasto económico y de tiempo que en buena parte va a la basura.
Cuando yo dejé la carrera de Traducción e Interpretación después de un curso y medio, y con medio curso en blanco hasta el siguiente curso académico, hice dos cosas:
- entrar a trabajar repartiendo spam de una famosa cadena de pizzerías (duré menos de un mes)
- apuntarme a un curso de diseño de páginas web (luego digo cuánto duré)
Bien.
Por aquel entonces, yo ya tenía cierta experiencia en el mundillo de las páginas web, pero pensé que un curso impartido por profesionales me ayudaría a mejorar en eso.
Llegué el primer día y nos repartieron un tocho de fotocopias de un tamaño muy considerable. Apenas tocamos los ordenadores.
Cuando llegué a casa me puse a hojear los apuntes. Parecía un viaje temporal al pasado: era como si las fotocopias fueran retro, o vintage, o —simple y llanamente— absolutamente desfasadas y obsoletas.
Me di cuenta de que allí no solo no iba a aprender absolutamente nada, sino que incluso sería contraproducente. Así pues, no volví a aparecer por el curso.
Yo pensaba que ahí acabaría la cosa.
Pero no…
Al cabo de unos meses, recibí una llamada:
Ya tienes disponible para recoger el certificado de haber completado el curso de diseño web.
Ah.
Como tampoco tenía mucho que hacer, realmente me tomé la molestia de pasarme a recoger el diploma, aunque solo fuera para posterior mofa y escarnio. (Para más inri, mi nombre estaba mal escrito).
Por aquellos tiempos yo tenía uno de esos blogs personales tan de moda donde uno contaba sus historias posadolescentes.
Claro, esta anécdota fue a parar al blog, donde algunos me rieron la gracia y otros, probablemente ostentadores de títulos similares al mío, aseguraban que yo mentía y que es imposible que no sé cuál organismo de la Junta de Andalucía vaya regalando títulos.
Bueno.
Lamentablemente, en el mundo de la formación está muy extendida la falsa dicotomía: o el título o el conocimiento (con disyunción exclusiva: o uno o el otro, pero no ambos).
Más lamentable aún es que, ante la dicotomía, mucha gente prefiere el título.
Yo podría emitir títulos, pero tendrían más o menos la misma validez que mi título de diseñador web.
En cambio, los conocimientos están ahí, contrastados por ya cientos de personas que han aprendido, disfrutado, aprobado.
Hoy es un día tan bueno como cualquier otro para aprender latín y griego.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Entre los comentarios de mi blog había uno que parecía totalmente legítimo. Esta persona explicaba que mi caso no era en absoluto inusual: que este tipo de cursos suele recibir paguitas y que, para que los organizadores puedan cobrarlas, necesitan justificar el número de estudiantes, etc.