Hace ya bastantes años tuve que ir al médico por un bulto-papiloma-verruga que me salió en un dedo.
Cuando llegué a la consulta, la dermatóloga me inspeccionó la mano y al punto, mientras blandía una especie de soplete, me dijo que me quitara el reloj, que empezábamos.
—¿¡Así sin más!? —exclamé no sin congoja.
—Hombre, si quieres nos ponemos a rezar primero… —respondió.
En menos de un minuto tenía el problema resuelto.
Años más tarde, con 33 añazos, tuve que ir al dentista porque había llegado la hora de extraerme una de las muelas del juicio.
Llevaba varios días doliéndome. Esperé a ver si se pasaba solo. Pero hasta me despertaba del dolor.
Cuando llegué a la consulta, el dentista me dijo que sin duda había llegado la hora. Continuó:
—Bueno, ahora te tengo que decir cuánto es la multa…
(Por alguna razón, cuando toca hablar de dinero empezamos a marear la perdiz con diversas formas de eufemismos. En Málaga se dice mucho lo de la tarjetilla).
—Entonces, si quieres tenemos hueco ahora, y, si no, en recepción te pueden dar cita para otro día que te venga mejor.
¿Es que tengo que irme a casa a rezar y pasarme más noches sin dormir?
—Vamos directamente —dije—. Sacármela me la tengo que sacar de todas formas, y otro día tampoco va a ser más barato…
Era algo que había que hacer, así que cuanto antes mejor.
¿En ese momento habría preferido evitar el trauma de la extracción? Sí.
¿Era objetivamente la mejor opción? No.
La mejor opción era sacármela allí y en ese momento.
Sacarme la muela, pero también la tarjeta.
Sin procrastinar.
Afortunadamente, para LINGUOFILOS.com lo único que tienes que sacar es la tarjeta.
¡Un saludo!
Paco
P. S. No solo no va a ser más barato otro día, sino que lo único que puede pasar es que sea más caro.