Mi profesor de Griego, para su pesar alias Pompeyo, nos estuvo dando un poco la tabarra en su momento, como si se llevara comisión por cada alumno que fuera a ver Troya a los cines.
Era el año 2004 y yo estaba en segundo de bachillerato.
En su inocencia, nos estuvo generando hype antes de que el concepto se conociera incluso en España.
Y por fin llegó el día, y por supuesto él estuvo allí el primero.
A la mañana siguiente era evidente su tribulación al respecto: que se han inventado la mitad de la película, que eso no es lo que dice Homero, etc.
Bueno.
Cuando aún no existía la electrónica, los niños eran mucho más fáciles de impresionar.
Por lo visto, Schliemann, el señor que descubrió Troya, se flipó con el griego, lo griego y los griegos cuando de niño oyó a un borracho recitar Homero.
Como digo, otros tiempos, tanto para los niños como para los borrachos.
Ahora los borrachos dan likes accidentales a sus crushes en las redes sociales y los niños son devoradores de dopamina.
Entonces no esperes que alguien se apasione por Homero tras coger accidentalmente un ejemplar de la Ilíada de la vasta biblioteca de su abuelo.
Si yo enseñara a adolescentes, para meterlos en vereda por supuesto no los pondría a leer los clásicos.
Lo primero que haría sería ponerlos a ver Troya, Gladiator y todas esas películas palomiteras (pero no de las de los decorados de cartón piedra, por favor).
Y cuando ya les hubieran cogido el gustirrinín a los griegos y romanos, entonces los pondría a leer novelas modernas sobre todo eso.
Por ejemplo, ya me habrás leído hablar de Madeline Miller, la de La canción de Aquiles o Circe.
Eso sí, aunque son novelas para todos los públicos, diría que requieren de algo de conocimientos previos sobre mitología y los relatos homéricos para entender bien las tramas y sobre todo las referencias más sutiles.
Entonces, para eso tengo un(os) libro(s).
¡Un saludo!
Paco
P. S. La canción de Aquiles antes que Circe.