Lo único que saqué en claro de la asignatura de Teoría de la Literatura fue el concepto de suspensión de la incredulidad.
Ha llovido ya, y por entonces la (magnífica) película de Casino Royale estaba recién salida del horno.
En un momento dado, le envenenan la copita a James Bond, que se da cuenta demasiado tarde para no beber, pero lo suficientemente pronto como para salir del casino y automedicarse para contrarrestar el veneno.
Casualmente, en su supercoche superdeportivo tiene un desfibrilador portátil: Bond, tienes que ponértelo antes de que te pegue del todo el jamacuco y así nosotros podamos reanimarte telemáticamente.
Entre delirios y sudores el agente 007 consigue instalarse el cacharro en el pecho, pero da la casualidad de que uno de los cablecitos está defectuoso y acaba dándole el jamacuco sin posibilidad de reanimación telemática.
Pero casualmente llega entonces la chica Bond, arregla el cablecito, pulsa el botón y James vuelve en sí.
Bueno.
Todo eso no se lo cree nadie.
Pero la escena es estupenda.
Si uno es lo suficientemente necio como para centrarse en que lo que ocurre no es verosímil —esto es, no está dispuesto a suspender la incredulidad—, no va a poder disfrutar de artes como el cine, el teatro, la literatura…
Por eso el arte es arte: ars gratia artis.
No hay que darle más vueltas: podemos —y debemos— leer, ver cine, ir a un museo, etc., simplemente para disfrutar del arte sin tener que buscarle el realismo, la utilidad, etc.
Hay quien estudia latín porque tiene que aprobar un examen, y eso está bien: es como tener que trabajar porque hay que comer.
Pero también hay quien estudia latín porque sí, y punto.
Ejque es una lengua muerta.
Ezke para qué sirve el latín.
Exqe eso es para curas y conjurar demonios.
Vale estudiar latín por estudiar latín.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Claro, el concepto de «utilidad» es sumamente relativo: cuestión de semántica. Pero ahí ya no entro.