Ya hablé el otro día de la serie New Amsterdam.
Me gusta la serie, entre otras cosas, porque es un poco como este boletín: cogen uno o dos temas principales y en torno a eso montan toda la trama con todos los personajes, a veces de forma bastante metafórica.
Y como ahora estoy inspirado con las metáforas, voy a hablar de otro episodio.
En la tercera temporada de la serie, el mundo está en plena crisis covid.
De repente llegan a urgencias varios vecinos de un mismo bloque de pisos, aunque cada uno independientemente, por su cuenta.
Tirando del hilo, los médicos averiguan la causa: se habían autoadministrado una supuesta medicación anticovid que, naturalmente, era una chufla.
Nuestro querido Max Goodwin va a investigar más al propio bloque y allí habla con una vecina indemne: A mí también me ofrecieron XYZ, pero llamé a mi hijo, miró en internet y vio que era algo turbio, así que lo rechacé.
La conclusión de Max fue que el problema había sido la desinformación o la falta de información.
Resultaba que al bloque de pisos ni siquiera llegaba internet. Max pidió algunos favores y consiguió que una compañía instalara internet en el bloque.
Lo anunció a los pacientes, pero resultaba que eran de tan baja extracción social que ni siquiera tenían ordenadores, tabletas ni teléfonos, por lo que igualmente no iban a poder conectarse a internet.
Max volvió a pedir algunos favores y consiguió ordenadores para los vecinos.
¿Se arregló el problema?
¡Tampoco!
Uy, me ha salido un interesante anuncio para alargarme el… digo, con una masterclass gratuita.
O sea, de poco sirvió poner internet, de poco sirvió dar ordenadores, si lo que se consigue es abrir la compuerta al mar de información y desinformación sin enseñar cómo distinguir la una de la otra.
Por desgracia, educar es un proceso a menudo largo.
Pero la gente necesitaba acceso a la información de forma inmediata.
Max pidió, una vez más, una serie de favores para que se creara una especie de página web mágica donde se reuniera toda la información fiable y a través de la cual los pacientes pudieran ponerse en contacto directo con los doctores, sin los riesgos de popups, popunders, banners y méntulas voladoras.
Yo no soy médico. Ni siquiera, como en el chiste, doctor en filología.
Soy filólogo, eso sí.
En internet (y en la radio y en la tele) uno encuentra gente que dice disparates como que el español no viene del latín (fuente: un señor francés que no tenía ni idea de lo que decía).
Como eso, muchas otras cosas.
Yo no tengo una web mágica, aunque sí tengo varias webs con información contrastada y basada en fuentes fiables: delcastellano.com, AcademiaLatin.com, EspañolPlus.com…
¡Un saludo!
Paco
P. S. También tengo un canal de YouTube con las mismas características. Dale a esa campanita.