Al menos en la Atenas clásica, supuestamente se valoraba la democracia.
Digo «supuestamente» porque la democracia era exclusiva para los ciudadanos, y las mujeres no eran ciudadanas. (Ni hablamos de esclavos, que eran de hecho la mayoría de la población).
De unas 300 000 personas que vivían en Atenas, solo 45 000 eran ciudadanos.
Bueno. Eran otros tiempos y por algo se empieza.
El ciudadano tenía una especie de obligación, al menos moral, de participar en esa democracia.
Claro, para los ricachones sin más preocupaciones estaba muy bien invertir su ocioso tiempo en política, pero para el ciudadano que tenía que cultivar o hacer filetes de las cabras, no tanto: una hora echada en política era una hora menos echada en su trabajo y sustento.
Por eso había una especie de paguitas, para que todos los ciudadanos pudieran participar en política sin (excesivo) perjuicio económico.
Aun así, había quienes pasaban del tema y, en vez de poner la mano para la paguita, preferían aplicarla al arado.
Estos eran considerados idiotas porque, literalmente, se dedicaban a lo suyo, a lo privado, en lugar de a lo común. Simplemente, de la raíz que significa ‘privado, personal, particular’ y que está en otras palabras como «idioma».
Poco a poco la palabra fue adquiriendo más significados, que fueron adoptados por los romanos.
Aunque hoy en día «idiota» sea palabra de uso común, no parece que en la Edad Media lo fuera. Incluso en Cervantes puede encontrarse con un significado más primario.
De toda esta etimología de «idiota» hablo aquí.
¡Un saludo!
Paco
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