El día antes de estar escribiendo esto fue uno de esos días que a todos nos ocurren ocasionalmente: un día como cualquier otro, pero en el que te levantas apático, sin más ganas que pasar el tiempo vagando y vagueando hasta la siguiente comida, y así hasta que termina el día, que ya mañana será otro.
Debe de haber algo de mental, psicológico, químico, en estas cosas.
Domingo fue alumno de mi curso de latín desde cero.
A principios del curso escolar se matriculó sin saberse ni los artículos.
¿Cuál era su objetivo? ¿Leer a Cicerón? ¿A los santos padres? ¿Añadir un nuevo idioma a su cinturón políglota?
Nada de eso.
Su objetivo era mucho más prosaico: aprobar un examen.
Concretamente, aprobar el examen de Latín en selectividad.
Pero él nunca antes había estudiado latín…
Durante tres suscripciones trimestrales, me consta que Domingo estudió y practicó de forma incansable, constante, devorando los vídeos de teoría y traducción.
Ayer, mientras iba yo cambiando de ventana en ventana en mi ordenador tratando de encontrar un poco de dopamina, me llegó un correo suyo.
Había sacado un 10 en el examen de Latín en selectividad.
No voy a venir con la falsa modestia: parte de su logro se debe a mi curso.
Pero por supuesto la mayor parte de su logro se debe a su disciplina y dedicación.
La verdad es que, sumando los dos factores, lo raro habría sido que hubiera sacado menos que eso.
Cuando digo que mi curso de latín va desde cero a la universidad, ¡es literal!
¡Un saludo!
Paco
P. S. Cuando leí su correo me alegré mucho y me despertó de mi letargo de la primera parte del día zombi de ayer.