Le copio el titular, y la inspiración, a Marina Díaz, que el otro día envió un correo de este tipo en su boletín.
Como quizá sepas, en el tubo guardatítulos tengo un papel que dice que soy violinista profesional.
Marina, ya adulta e incluso madre, trata de aprender a tocar el violín.
Todo el mundo sabe, o cree saber, que hay muchas cosas que si no empiezas de niño nunca podrás llegar a dominar.
Yo no soy especialista en el tema, así que cito a Marina, que es psicóloga, parafraseando al psicólogo Anders Ericsson:
Hasta donde la ciencia sabe, no hay un límite de mejora cuando alguien practica una habilidad de forma deliberada e inteligente.
No hay límite.
Es decir, que si empiezas ahora mismo cualquier cosa y practicas (BIEN), vas a seguir mejorando hasta el día que te mueras o dejes de practicar.
Cualquier cosa. Sin importar lo difícil que sea.
Violín, acrobacias, hablar en público, jugar al tenis o escribir.
Bravo.
Sin embargo, todos tenemos esa limitación que solemos imponernos: ya soy demasiado mayor para aprender un idioma, no soy bueno con las matemáticas, nunca se me ha dado bien el latín…
Ahora sigo citando a Marina:
[…] una de las razones por las que los principiantes adultos de violín se desaniman es por los profesores.
Nadie los toma en serio.
¿Para qué enseñar a alguien que no acabará en ninguna gran orquesta ni te dará las gracias, entre lágrimas, cuando recoja un premio importante?
***fin de la cita***
¡Pues claro! ¡Malditos profesores!, habrá pensado más de uno.
Pero como en el mundo nada hay verdad ni mentira: todo es según el color del cristal con que se mira, hay que ver también la otra perspectiva.
Vuelvo a citar a Marina:
Los adultos no se toman en serio a sí mismos.
Ven el avance lento y se «desmotivan».
Cancelan clases porque les surgen compromisos o porque no han estudiado suficiente.
Así que ellos responden, lógicamente, con cierto cinismo.
El uno por el otro, la casa sin barrer.
Bueno.
Hace ya un tiempo me escribió un señor que se definió como bastante mayor: que, aunque interesante, para qué iba a ponerse a aprender latín, que para lo que le quedaba en el convento…
Yo he dicho muchas veces que el aprendizaje de cualquier cosa, también del latín, es un viaje infinito. No hay que obsesionarse con llegar a la meta (realmente, nadie la ha visto ni, mucho menos, alcanzado), sino simplemente con disfrutar del viaje.
Como, además, los vídeos no te juzgan, no van a responderte con cinismo. Mis cursos valen para bachillerato, selectividad, universidad, diversión o jubilación.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Este correo no ha sido patrocinado por Marina. Ni siquiera nos conocemos.