Seguimos en el mismo curso académico: el de mi máster de profesor de español para extranjeros.
Entre mis obligaciones para que me dieran algo que meter en el tubo guardatítulos se encontraban las prácticas.
Las prácticas era una asignatura más que, si no me equivoco, suponía el 10 % de los créditos totales.
Por tanto, uno tenía que pagar la matrícula para trabajar.
Dicho más claro: pagar por trabajar.
Es lo que hay.
Me sorprende bastante que en pleno siglo XXI esta neoesclavitud esté absolutamente normalizada.
Por si fuera poco, tuve que contratar un seguro de trabajo aparte porque «por mi edad» (26 añitos entonces) el seguro que ya había pagado con la matrícula no me cubría.
Esto me parece un troleo de proporciones vergonzosas.
Como se dice por aquí, además de cornúo, apaleao.
Es lo que hay.
La cosa…
Tenía que escoger en hora mala dos destinos de prácticas.
Uno de ellos fue en la propia Facultad de Filología para dar clases a Erasmus. (Lo has adivinado: el motivo principal de escoger ese destino era, posteriormente, poder poner en mi currículum que había impartido clases en la universidad, lo cual técnicamente era cierto aunque no dejaba de ser un timo).
Fueron pasando los meses desde la solicitud, hasta que los cinco toláis que habíamos elegido ese destino empezamos a inquietarnos ante la falta de información.
Cuando obtuvimos respuesta, resultaba que había pasado algo, y que ahora nos echaban el muerto a nosotros de buscarnos nuestros propios alumnos.
Recuerdo que para todo esto habíamos tenido que pagar a la universidad.
Una universidad pública.
Es lo que hay.
No voy a entrar en detalles, pero para reclutar a los alumnos pasaron cosas que por aquel entonces podrían haberse considerado cuestionables y hoy en día probablemente la universidad habría tenido algún lío.
La cuestión…
Reclutamos a unos cuantos Erasmus-toláis y nosotros, los profes-toláis, cada día inventábamos cualquier mandanga para echar 60 minutos de clase y que contara en el cómputo total de las prácticas.
Lógicamente, a cada clase cada vez venían menos estudiantes.
Un día directamente no vino ninguno, y los profes-toláis estuvimos en el aula montando guardia, no fuera que el profesor-supervisor viniera, y así poder computar los 60 minutos aunque no hubiera habido clase.
Por supuesto que el profesor-supervisor no vino.
De hecho, no vino a ninguna clase en absoluto. (Estaría demasiado ocupado con sus cosas de doctores).
Entonces, los profes-toláis sin experiencia alguna ni guía de nadie cada día íbamos dando la clase que nos iba saliendo de la méntula.
Sin sentido.
Sin control.
Sin método.
Sin alumnos, incluso.
De todo esto saqué una línea para mi currículum: profesor de español para extranjeros en la Facultad de Filología de la Universidad de Sevilla.
¿Significa eso algo?
Yo diría que absolutamente nada.
Cuando llegué a Polonia me dieron docentes tortas hasta en el cielo de la boca, porque no tenía ni repajolera idea ni práctica (real) de cómo impartir clases de español para extranjeros.
Torta tras torta fui mejorando algo…
… aunque creo que nunca llegué a acumular suficiente experiencia como para llegarle a Karolina siquiera a la suela de los zapatos.
Un día me vine de vuelta a España y con eso dejé definitivamente la docencia de ELE.
En cambio, cuando todavía era un resacoso estudiante veinteañero me anunciaba en las cloacas de las webs de clases particulares de latín y griego.
Y así fui acumulando horas de experiencia docente en esas materias incluso en las circunstancias más adversas.
Me curtí en las más duras batallas a pecho descubierto como un berserker vikingo.
Luego hice el primer curso en línea para aprender latín desde cero.
Y luego volví a hacerlo regrabando todo.
Y entonces hice también el único curso en internet de griego antiguo desde cero.
Y los frutos de toda esa experiencia docente los tienes en AcademiaLatin.com.
¡Un saludo!
Paco
P. S. La saga para toláis no ha acabado, pero es bueno hacer un descanso.