Con 13 años, en el segundo año de secundaria, la profesora de Historia me mandó hacer un trabajo sobre algún emperador romano.
Me imagino que, estando en Sevilla, el trabajo era sobre Trajano o Adriano.
¿Qué hice?
Abrí mi Encarta (la enciclopedia digital antes de que hubiera Wikipedia), busqué al señor que tocara, copié la información, la pegué en un documento de Word y lo imprimí.
Tardé menos de cinco minutos en hacer mi trabajo.
Ojo, no lo hice así porque fuera un sinvergüenza y un vago: yo realmente creía que «hacer un trabajo» era eso.
O sea, a mí nadie me había explicado qué era «hacer un trabajo».
Si a mí me dices que te entregue folios con información de tal emperador romano, yo lo hago.
Con la perspectiva del tiempo, veo varios puntos escandalosos, entre los que voy a destacar estos dos:
- que la profesora no nos explicara qué teníamos que hacer para «hacer el trabajo»
- que la profesora diera por bueno, verosímil y creíble que un niño de 13 años escribiera como una enciclopedia
Realmente, a mí nadie me explicó, hasta bien entrada la universidad, qué era «hacer un trabajo».
En mis primeros años de universidad, yo ya escribía alguna cosilla en mi blog delcastellano.com. Básicamente, anécdotas lingüísticas que contaban los profesores en clase.
Naturalmente, a un profesor universitario se le presupone un rigor, pero la fuente normalmente era su entrepierna morena. Es que incluso, las más de las veces, las fotocopias de libros que repartían en clase carecían de la más mínima referencia escrita u oral a la obra fotocopiada. Mala praxis.
A mí, por supuesto, ni se me ocurría que eso de las fuentes tuviera mayor importancia. Después de toda la educación secundaria, el bachillerato y varios años en la universidad, nadie me había hablado de la importancia de las fuentes.
Ocasionalmente, para escribir algún articulillo, hacía algunas consultas en internet. Acto seguido, parafraseaba esa información y, naturalmente, no ponía ninguna referencia.
A ver. ¿Es que, acaso, no soy yo filólogo en ciernes? ¿No debería saber, por ciencia infusa, esto de lo que estoy escribiendo? Si digo que esta información la he sacado de algún sitio, la gente va a pensar que soy un fraude porque no sé todo.
Esto, algo caricaturizado, es lo que realmente pensaba yo, y me imagino que mucha otra gente que no cita sus fuentes.
Hay gente que sí obra de mala fe, pero realmente creo que la mayoría de la gente que actúa de esta forma lo hace por desconocimiento: porque nadie le ha dicho que tiene que citar sus fuentes y porque piensa que si dice sus fuentes van a pensar que simplemente está copiando.
Una contradicción, una paradoja, claro: porque es precisamente al no citar tus fuentes cuando estás copiando, por no decir plagiando. (Cuestión de semántica en la que no voy a entrar).
Citar tus fuentes no es simplemente una buena práctica en sí mismo, sino que, además, te sirve para tu defensa.
Hay mucha gente con ideas preconcebidas y erróneas sobre la lingüística y otros temas humanísticos. Es el tipo de gente que me insulta porque lo que escribo va contra su opinión fundamentada en lo que le dijo su maestro franquista hace dos siglos.
Una vez, y esto es totalmente verídico, un señor me escribió un correo bastante largo, llamándome comunista y otros insultos y supuestos insultos, por decir que «bizarro» puede significar ‘extravagante’.
De vez en cuando, en mis vídeos de historia o literatura hispanoamericana en YouTube, me dicen que soy descendiente de genocidas por ser español. Mira: genocidas serán si acaso tus antepasados, que los míos se quedaron en España.
Con gente de esta ralea no cabe mucho debate, pero, en cualquier caso, la información que yo brindo está basada en bibliografía. No me la he sacado del reverso del champú —y sí: yo también uso champú— ni de blogs de blogspot, sino de libros y artículos publicados por gente que sabe más que yo y que tú, que ese o que aquella.
Al final de cada artículo en delcastellano.com tienes una breve explicación sobre la bibliografía empleada, con referencias y enlaces.
Tampoco te voy a engañar: no tengo una biblioteca llena de libros de lingüística histórica. De hecho, la mayoría de las veces uso los mismos tres o cuatro libros, porque es que ahí está prácticamente todo lo que necesito, y lo de consultar por consultar mejor lo dejamos para los trabajos de fin de estudios.
En fin. Tengo un apartado de libros de lenguas (etc.) que recomiendo, unos más sesudos y otros más aptos para todos los públicos.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Tengo pendiente actualizar un poco la lista, pero con lo que ya hay creo que hay de sobra.