El verso 49 del segundo libro de la Eneida de Virgilio pertenece a Laocoonte.
Laocoonte era sacerdote de Apolo en Troya —porque los asiáticos también veneraban al dios griego, por lo que se ve— e intuyó el engaño de los griegos con el famoso caballo de Troya.
Como todo el mundo sabe, tiene una magnífica estatua en la que es representado siendo devorado, junto a sus hijos, por serpientes enviadas por Atenea.
Su culpa fue intentar convencer al pueblo troyano de que el caballo era una estratagema y que supondría la perdición de la ciudad.
Su parlamento finaliza con el famoso verso II.49:
Quidquid id est, timeo Danaos et dona ferentis
O sea:
Sea lo que sea esto, temo a los griegos incluso cuando traen regalos.
Aquí viene al caso una frase de Julio César (De bello Gallico 3.18.6.4):
libenter homines id quod volunt credunt
Es decir:
los hombres creen de buen grado aquello que quieren
Imagínate lo amargados que estaban los troyanos después de diez años de asedio. De repente, los griegos han desaparecido de su campamento, sus naves no se ven en el horizonte y han dejado, a modo de ofrenda a los dioses para un feliz regreso a casa, un caballo de madera.
Lo que los troyanos querían era que hubiera acabado la guerra.
¿Que el caballo está preñado de griegos armados? ¡Cállate, Laocoonte! No nos estropees la fiesta. Destruyamos parte de la muralla para meter el caballo y emborrachémonos.
Bueno, eso, que Laocoonte tenía razón: dentro del caballo estaban escondidos los mejores guerreros griegos. Una vez dentro de las murallas, salieron del caballo, mataron a los guardias, abrieron las puertas y dieron paso al ejército griego completo, que destruyó la ciudad.
Tenía razón Laocoonte en temer el regalo de los griegos.
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Paco
P. S. Como supondrás, al terminar el minicurso, intentaré venderte el curso completo.
P. P. S. Que sí, que sí, que es ferentis y no ferentes: no te extrañaría si te hubieras hecho ya el curso.