Heródoto, el padre de la Historia, cuenta la historia —posiblemente ficticia, como tantas otras— del encuentro entre Solón de Atenas, uno de los siete sabios de Grecia, y el rey lidio Creso.
Es una historia de soberbia y humildad.
Creso era el rey de Lidia, país de Asia cercano al imperio de los persas. Aun así, honraba a los dioses griegos y consultaba sus oráculos y hacía frecuentes ofrendas en sus templos.
Creso era, posiblemente, el hombre más rico de la época en todo el mundo conocido.
Recibía frecuentemente a viajeros de todo el mundo, que, en cuanto ponían sus ojos en las ubicuas riquezas, se las alababan sin medida.
Sin embargo, un día, uno de estos visitantes resultó ser Solón de Atenas. Desde luego, como huésped recibido por un rey, lo alabó, pero tampoco mucho.
—¿Es que no me consideras el hombre más dichoso del mundo?
—Po no.
—¿Cómo es eso?
—Nunca podría decir que alguien, mientras esté vivo, es dichoso, pues nadie sabe qué puede ocurrirle en el futuro.
Creso, pensando que Solón era solo un hater, lo despachó.
Al poco, recibió noticias de que el rey persa, Ciro, aún jovencillo, se había anexionado los territorios medos, con lo que era dueño, sin género de dudas, del más vasto imperio del mundo.
Creso, envilecido por sus riquezas, pensó: «Ciro es un jovencillo y seguro que podría derrotarlo, con lo que en una sola guerra obtendría todos los territorios persas y medos».
El rey lidio, fiel a su religiosidad helena, envió un mensajero al oráculo de Delfos para asegurarse del éxito de la empresa:
Si atacas a Ciro, destruirás un gran imperio.
Envalentonadísimo por la respuesta de la pitia, Creso atacó a Ciro.
Le salió mal. Al poco tiempo estaba atado en lo alto de una pira que empezaba a arder a la vista del rey Ciro.
No le había dado por pensar que el oráculo podía haber querido decir que destruiría su propio imperio.
Solo entonces, con el olor a chamusquina, Creso se acordó de las palabras de Solón y se dio cuenta de que tenía razón: él, que se había creído dichoso, ahora estaba a punto de morir como el peor de los esclavos.
Ciro, que estaba contemplando el espectáculo con un cubo de palomitas, oyó a Creso musitar y se apiadó de él, pues el persa, más sabio que el lidio, pensó para sí que quizá él, algún día, podía sufrir también un cambio de fortuna semejante.
De esta historia me he acordado a raíz de que aparece en Julia – A Latin Reading Book, una obrita encantadora de historias en un latín muy facilito.
Es parte de los materiales complementarios del curso de latín.
Empieza así:
Iulia puella parva est. Prope oram maritimam habitat. Britannia est Iuliae patria.
¡Bastante fácil para empezar!
Tienes el texto, el vocabulario y los vídeos con el análisis y traducción aquí.
¡Un saludo!
Paco
P. S. El texto comienza desde un nivel muy básico, casi desde cero, y poco a poco va añadiendo contenidos léxicos y gramaticales. ¡Fantástico!