Cuando terminé el primer año de Traducción e Interpretación, con un par de compañeras de clase me fui a Londres en verano «a mejorar mi inglés y a trabajar» (por este orden).
Encontramos una empresa que hacía como de enlace entre los españolitos y los negocios ingleses.
En su página web, donde explicaban sus servicios, ponían ejemplos: si trabajas de botones en un hotel, cobrarás X libras de salario, y puedes esperar al menos Y en propinas.
Tenía buena pinta la propuesta.
La experiencia real daría para un minirrelato de terror, pero eso lo dejaré para otra ocasión.
Cuando llegamos a Londres y fuimos a la oficina de los intermediarios, lo primero que hicimos —por su propia recomendación— fue redactar currículums infladísimos con experiencia en cocina en restaurantes españoles.
(Aclaración: yo por entonces vivía con mis padres y casi que me hacían las tostadas de mantequilla y me abrían las bolsitas de galletas y me removían el colacao por las mañanas).
Ni que decir tiene que de botones de hotel no había puestos de trabajo.
En una ocasión fuimos convocados a un proceso masivo (y no uso la palabra de forma exagerada) de selección para trabajar en una famosa cadena de hamburgueserías.
Una mujer no inglesa me preguntó en inglés por qué quería trabajar allí.
Me imagino que la respuesta correcta era que amaba las hamburguesas y el colesterol, pero mi respuesta fue, como avancé, para mejorar mi inglés mientras trabajo.
Lógicamente no volví a tener noticias de aquello.
Yo me creía que por pagar a unos intermediarios me iban a llover las ofertas de trabajo y que sería cascarón de huevo y que los negocios te contratan no para que trabajes y les hagas dinero, sino para que adquieras experiencia y practiques idiomas.
Lo que se dice creerse que los perros se atan con longaniza.
Igual que yo entonces respecto a esto, mucha gente, aún hoy, cree que por pagar un curso a uno le entran los conocimientos automágicamente.
Para bien o para mal, no funciona así la cosa. Son muchas horas y meses de estudio y práctica —y goce— para adquirir cierta soltura.
Aunque esto se aplica a muchas cosas en la vida, yo ahora hablo de mis cursos de latín y griego.
¡Un saludo!
Paco
P. S. Tras unas tres semanas desoficiado en Londres, volví a casa habiendo gastado dinero (de mis padres), sin haber trabajado y sin haber mejorado mi inglés.