Hace ya unos cuantos años, cuando empecé con todo esto de los cursos en línea, me di un tortazo con una realidad que no me esperaba.
A mí siempre se me ha dado mejor escribir que hablar. No es que sea tartamudo o algo de eso, pero en mi cabeza se articulan mejor las ideas con las pausas que permite la escritura mínimamente reflexiva.
Uno pensaría que ponerse a grabar hablando para uno mismo debería ser más fácil que hablar para otra persona presente, de la que tienes que estar atento, comprobando que entiende, al tanto de sus reacciones, etc.
Algo debe de haber en el cerebro (o al menos en el mío) que hace que esto no sea así: explicar cuestiones complejas a nadie resulta terriblemente difícil.
Entonces, al principio, me ponía a grabar mis clases y la grabación inicial duraba, por ejemplo, dos horas.
Claro, cualquier cosa hay que editarla después…
Pero entre pausas, errrr emmm, errores de dicción, etc., una vez que cortaba todo, las dos horas de grabación se quedaban en 40 minutos o así.
O sea, que más de la mitad era basura.
Uf.
Afortunadamente, todo se mejora con la práctica y ahora el proceso resulta bastante más fluido.
Aun así, en mi cabeza aún existe esa necesidad de una confirmación que no llega de un espectador que no está en mi misma habitación.
Eso ya lo sé yo, pero aun así sigo diciendo —espero que cada vez de forma menos frecuente—: ¿vale?, ¿vale?, ¿vale?
Antes de yo haber nacido siquiera, Lázaro Carreter lanzó un dardo al «machaconeo avulgarado» de «vale». (Eso porque no sobrevivió hasta la época del oks).
Bueno.
Tengo un artículo en el que hablo de «vale».
¡Un saludo!
Paco
P. S. Valete!