Un clásico de las falacias es el argumentum ad hominem (literalmente, «argumento hacia el hombre»). Hemos de entenderlo como un supuesto argumento o contraargumento que, en lugar de ir contra la idea (lo que se dice), ataca a la persona (quien lo dice).
Un clásico ejemplo: «Lo que diga Sócrates sobre la belleza es irrelevante, porque él era muy feo». Que Sócrates fuera feo no invalida lo que él diga sobre la belleza: lo que validará o invalidará lo que diga es la sustancia de lo que diga.
Un ejemplo personal: «No se te puede tomar en serio porque eres un pringao, dices palabras soeces y usas una silla gamer». Que yo sea un pringao es debatible, lo soez de mis palabras es relativo, y sí es cierto que uso una silla gamer.
Incluso si damos por ciertas al 100 % todas esas acusaciones, nada de eso resta (ni suma) credibilidad a cuanto yo tenga que decir sobre filología o lingüística (o nada, para el caso). Si quieres rebatir lo que pueda decir sobre p. ej. la procedencia de las lenguas romances, tendrás que dar pruebas de tu tesis acerca del asunto de la procedencia de las lenguas romances, no sobre mí.
Contenidos del artículo
No todo es ad hominem
Pese a lo dicho hasta ahora, no todo lo que a simple vista parece ad hominem es realmente ad hominem.
- «tú estás gordo, así que no vengas hablándome de dietas y adelgazar» es ad hominem: esa persona gorda podría ser un nutricionista que está gordo por la razón que sea, pero sus conocimientos de nutrición son sólidos
- «tú estás gordo y no sabes nada de nutrición, así que no vengas hablándome de dietas y adelgazar» puede ser parcialmente ad hominem
- «tú no sabes nada de nutrición, así que no vengas hablándome de dietas y adelgazar» no es ad hominem (independientemente de que seas o no gordo)
Un insulto no es (necesariamente) ad hominem
Es importante tener en cuenta que un insulto, descalificación, etc., no es necesariamente ad hominem si va acompañado de datos ciertos:
¿Pero tú eres tonto? ¡Dos y dos son cuatro!
Un maestro a un niño que ha dicho que dos y dos son cinco
Por supuesto que el insulto es innecesario, no aporta nada y debería haberse omitido, pero el insulto no invalida la información real de que dos y dos son efectivamente cuatro, y no cinco. Dicho de otra forma: que se haya insultado a alguien por decir que dos y dos son cinco no quiere decir que automáticamente esa afirmación se convierta en realidad.
Dicho de forma simple:
- «no tienes razón y eres tonto por decir que dos y dos son cinco» no es ad hominem
- «no tienes razón, porque eres tonto» sí es ad hominem
Así pues, el insulto en sí mismo no es una falacia ad hominem: lo que hace que algo (insulto o cualquier otra cosa) sea ad hominem es que el insulto sea el argumento único o principal y que se omita la réplica hacia la idea que se pretende rebatir.
Por otra parte, es una falacia —si no burda mentira— en sí misma aseverar que alguien está insultando (y supuestamente hay ad hominem) cuando simplemente está criticando los argumentos de alguien: criticar (o incluso insultar) las ideas de alguien no es lo mismo que criticar (o insultar a la persona).
Otra cosa es que, como dice el filósofo —consciente de que hay que juzgar a las personas por lo que hacen/dicen—, uno acabe extrapolando la crítica a la idea a la crítica a la persona:
Tonto es el que hace tonterías
Forrest Gump
Puede parafrasearse de la siguiente forma:
El que dice majaderías es un majadero
Cualquiera con dos dedos de frente
Es triste lo superfrecuente que es esta confusión entre la crítica a lo que alguien dice y la crítica directamente a la persona, ya sea de forma inadvertida o a propósito (ver siguiente apartado).
Abuso del ad hominem
No sorprende que alguien suscrito al ad hominem trate de acusar a alguien de ad hominem, ya sea empleando el término o, simplemente, haciendo mención al «¡no haces más que insultar!».
Es una especie de ad hominem al acusar de ad hominem.
A menudo, se quiere ver insultos y ad hominems (también se suele hacer uso de la ignorancia deliberada) donde lo que hay es una crítica fundamentada a la tesis de alguien:
- Argumento: «Decir que las lenguas romances vienen del ibero es una memez por todas las siguientes razones».
- Contraargumento: «¡Deja de insultar! ¡No das pruebas de nada! ¡Solo desprestigias!».
Nótese que esta frecuente tipología de contraargumento se basa en, al menos, dos puntos:
- por ignorancia deliberada, ignorar las razones, argumentos, datos aportados (e incluso negar que se han aportado, o su validez, etc., pero lógicamente sin decir por qué)
- acusar de limitarse a insultar