Ambas frases, bien documentadas en los autores antiguos, vienen a preguntar: «¿A quién beneficia (el tema en cuestión)?». Es una buena pregunta —pero no la única— para plantearse al buscar la causa de que alguien haga algo o lo defienda o apoye, pues normalmente la gente hace o defiende cosas que le benefician.
Por ejemplo, si alguien defiende que las lenguas romances no proceden del latín, sino del idioma de los antiguos iberos, cui prodest? Desde luego, no a los iberos, pues ya no existen.
Entonces, cui prodest? Como la pseudolingüística a menudo tiene intereses políticos y nacionalistas, es posible que a nacionalistas catalanes, pues el territorio ibérico coincide en buena medida con la actual Cataluña (razonamiento completo aquí).
Por tanto, es legítimo preguntarse quién defiende semejante tesis. (No) casualmente, una persona de Cataluña no libre de sospechas de ser nacionalista catalanista.
Abuso del cui prodest?
Efectivamente, en principio no hace daño plantearse cui prodest? Sin embargo, ha de usarse dentro de la razón, pues de lo contrario se puede llegar a casos ridículos.
Precisamente, muchas conspiranoias están en parte fundamentadas en un uso abusivo del cui prodest?
Por ejemplo, las conspiranoias negacionistas del latín como madre de las lenguas romances suelen mencionar que lo que se enseña en la universidad y en los manuales acerca de gramática histórica es mentira.
¿Por qué nadie hasta ahora se había dado cuenta de que los romances no vienen del latín? Cui prodest? ¿Quizá sí se sabe, pero la élite de catedráticos filólogos lo están ocultando deliberadamente para mantener su posición privilegiada (???)?