La falacia del hombre de paja (como se le suele llamar, por traducción mejorable del inglés straw man, literalmente ‘hombre de paja’, es decir, ‘espantapájaros’) consiste en crear una versión más débil, incluso ridícula o absurda, del argumento que se pretende rebatir, para facilitar el ataque no al argumento original, sino al creado maliciosamente (el espantapájaros).
La metáfora es bastante clara. Imaginemos que Menganito quiere darle una paliza a Fulanito para impresionar a su novia Zutanita. Sin embargo, Menganito sabe que Fulanito es más fuerte que él, por lo que crea un espantapájaros y le pone ropas similares a las de Fulanito. Entonces, llama a Zutanita y le da una paliza al espantapájaros.
Si Zutanita es lo suficientemente débil mental, creerá que Fulanito le ha dado una paliza no a un espantapájaros tieso e inmóvil, sino al Menganito real. Sin embargo, el Menganito real está en su casa tranquilo.
Básicamente eso es lo que se hace: del argumento sólido se hace una copia en apariencia similar, pero débil. Entonces, en lugar de contraargumentar el argumento original sólido, se contraargumenta la copia. Si la audiencia es lo suficientemente acrítica, creerá que se ha refutado el argumento original, pero en realidad solo se ha refutado un argumento débil que no es el original, aunque esté basado en él.
Ejemplo de hombre de paja
Cierta pseudolingüista dice en su libro, literalmente, lo siguiente:
La explicación aceptada para la formación de los romances sigue siendo que, durante cuatrocientos años, los hablantes del latín vulgar fueron alejándose de las características latinas. Si en un siglo se suceden cuatro generaciones, eso significaría que ¡a lo largo de dieciséis generaciones los hablantes hablarían sin comprenderse! Deberían vivir en un estado de absoluta angustia por no saber utilizar correctamente un verbo en condicional y estarían obligados a gesticular por culpa de la falta de conectores… ¡Es ridículo!
Carme Huertas en No venimos del latín
Como se explica en mayor profundidad, ningún filólogo real ha hecho nunca semejantes afirmaciones. Que el latín vulgar sea más simple que el clásico no quiere decir que hubieran de hablar con gestos como si fueran — según pretende hacer ver la autora— chimpancés.
Si se quiere refutar la existencia del latín vulgar, habría que probar que no existió demostrando que no hay indicios para creer en ello, cosa difícil, pues los propios gramáticos romanos escribieron al respecto y, más importante aún, hay numerosos testimonios de textos latinovulgares.