Yo fui alumno interno en mi facultad. No me gustó. No lo recomendaría. Ni lo volvería a hacer ni, de haber sabido lo que iba a ser, lo habría hecho entonces.
Voy a desarrollar todo esto basándome, única y exclusivamente, en mi experiencia personal. Con este artículo no pretendo atacar a nadie ni demasiado a nada. Ni siquiera pretendo decir que para todo el mundo, ni en todas las universidades y facultades, ni con todos los profesores, haya sido, sea o haya de ser lo mismo.
Solo quiero compartir mi experiencia, según mi experiencia —redundancia a propósito—, para cualquier persona a la que le pueda servir.
Contenidos del artículo
Por qué ser alumno interno
Cuando uno es joven e inexperto y se plantea prosperar en —o tiene aspiraciones a— la universidad, la investigación, etc., parece lógico empezar desde abajo.
Como todo el mundo sabe que el tema predoctoral va muy al dedazo, ya incluso antes de terminar la licenciatura, el grado o lo que sea, va tocando ir arrimándose a la mano correcta.
Además —esto es, en esencia, lo que se vende oficialmente— ser alumno interno te da la posibilidad de disfrutar de colaborar con tu tutor y alimentarte con su conocimiento y experiencia. Te da la posibilidad de ir introduciéndote en el mundo de la investigación.
La Mi realidad
Ser alumno interno significa ser el último mono. Ni siquiera eres becario —con sus connotaciones—, porque un becario se supone que recibe una beca. Ser alumno interno es trabajar gratis, y gracias que no tienes que pagar tú encima (como por ejemplo en las prácticas).
Como es ley de vida en todos sus ámbitos, ser el último mono significa hacer lo que nadie más quiere hacer. Básicamente, lo de ser alumno interno es una especie de esclavitud institucionalizada (es decir, trabajar sin cobrar) con la vana promesa de ir metiendo la cabeza en la universidad.
Alguno pensará que no es exactamente trabajar sin cobrar: que, aunque no cobres dinero, cobras en experiencia y conocimiento. ¡Ojalá! Acabo de decir que el trabajo es el del último mono: el que nadie quiere hacer.
Nadie quiere pasarse las horas transcribiendo textos, picando palabras en una base de datos (si conoces a algún informático, pregúntale qué significa picar código), etc. Es un trabajo que, si se pudiera, se automatizaría. Lo que no se puede automatizar va al alumno interno.
Además de no cobrar ni aprovechar intelectualmente el trabajo, hay que quitar horas al estudio real en la carrera, y al final no va a haber reconocimiento de ningún tipo en crédito (entiéndanse los créditos de las películas, pero también créditos académicos).
Conclusión
Yo no volvería a ser alumno interno, ni creo que lo fuera a recomendar a nadie si es que alguien me preguntara mi opinión. En todo caso, si realmente admirara mucho al profesor y el proyecto en el que colaboraría, procuraría informarme muy bien, y personalmente con el tal profesor, sobre mi papel real en el proyecto.
El problema con esto es que hay cero posibilidad de negociación, ya que lo normal es que haya más aspirantes que puestos.
Con todo lo dicho en este breve artículo, pregúntate por qué quieres ser, realmente, alumno interno. ¿Tienes aspiraciones a la universidad? ¿Es pura vanidad? ¿Es por no desaprovechar una oportunidad?
No quiero cerrar sin invitar a la gente en la parte superior de la pirámide a reflexionar. ¿No se estará engañando, en mayor o menor medida, a los potenciales alumnos internos? ¿No se les estará seduciendo con promesas demasiado grandes? ¿No habrá gente aprovechándose de mano de obra gratis para los trabajos más desagradecidos?
Gente en lo alto de la pirámide: sé que no todos sois lo que he pintado en el artículo. Ni siquiera digo que mi tutora lo fuera. Pero toda esta reflexión es la conclusión a la que llego con el paso de los años, con la mayor o menor objetividad que me da no pertenecer al mundo universitario ni aspirar a nada relacionado con la universidad.
Nuevamente, invito a la reflexión y, en su caso, a la acción.