Yo soy licenciado en Filología Clásica, pero no fue ese mi primer destino en la universidad. Con 18 años aterricé en la carrera de Traducción e Interpretación (TeI), de la que tres cuatrimestres más tarde saldría bastante decepcionado.
En esta ocasión voy a hablar de mi sesgada y limitada experiencia en la carrera y haré algunas reflexiones a raíz de ella. Por supuesto, mi intención no es disuadir ni convencer a nadie de nada, sino dar un punto de vista realista y diferente al de otra gente, panfletos preuniversitarios, etc.
Tras todo lo que pueda ser de utilidad, ya que estoy, me permitiré contar mi historia para no dormir: cómo el decano de la facultad me imposibilitó compaginar TeI con mi último año del grado medio de violín.
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Por qué decidí estudiar Traducción e Interpretación
Por supuesto había varios factores que me llevaron a decidir estudiar TeI, y me imagino que en la mayoría de los casos la gente que toma esta decisión suele verse movida por razones similares.
El más importante es que a mí me gustaban los idiomas: era el mejor de la clase de Inglés en bachillerato y, por aquella época, me llamaba mucho la atención el alemán. ¡Traducción e Interpretación de inglés y alemán parecía una elección óptima!
Por otra parte, desde luego que aquel a quien le interesa un idioma también puede decantarse por estudiar la Filología correspondiente. Sin embargo, en mi elección influyeron principalmente la soberbia y la falta de información.
No elegí TeI en lugar de Filología porque yo estuviera convencido de que TeI era la carrera ideal para mí. Yo, realmente, tenía bastante poca información de lo que era realmente cada una de estas carreras —en mi defensa: eran otros tiempos—. Por tanto, mi elección, como digo, se fundamentó en la pura soberbia: la carrera con la nota de corte más alta, que por algo soy mu listo.
Si me paro a recordar y pensarlo ahora, creo que no me equivoco al afirmar que en mi mismo error cayó más de uno: me consta que la norma era —¿seguirá siendo?— aspirar a TeI como carrera de primera, mientras que las personas a las que no les daba la nota se metían en Filología (carrera de segunda) a la espera de, en cuanto el sistema se lo permitiera, dar el anhelado salto a TeI.
Para terminar —esta lista no es exhaustiva—, también había algo de idealización o —vamos a decir— romantización de la carrera de TeI. Mis tiempos no eran los de los influentes traductores en las redes sociales, por lo que no iba por ahí la cosa. Sí creo que la falta de información nos llevaba a muchos a pensar que acabaríamos interpretando a presidentes extranjeros, traduciendo magnas obras literarias… Incluso se decía mucho aquello de que es que los traductores son gente muy culta.
Un caso en la prensa: mi opinión
Empiezo diciendo que voy a dar mi personal y sesgada opinión basándome única y exclusivamente en el titular, que no leí el cuerpo de la noticia ni conozco en absoluto a la persona en cuestión, sus aspiraciones ni objetivos, más allá de lo que decía el titular.
Cada año se da cierto bombo en la prensa a quienes han sacado las notas más altas en selectividad. Desde luego que quien llega a obtener esas notas no es por suerte, sino por una disciplinada y esforzada trayectoria que se remonta a varios años, probablemente a la más tierna infancia.
Normalmente se da por sentado que quien obtiene semejantes notas tiene que estudiar, obligatoriamente, una carrera con nota de corte muy alta. Básicamente, se da a entender lo que precisamente causa las elecciones soberbias de estudiar cosas pa listos en lugar de lo que uno quiere estudiar realmente.
En el caso que comento, se trata de una chica que ha obtenido la nota más alta y que, por supuesto, quiere estudiar Traducción e Interpretación. Eso sí: ella desea ser escritora y ya tiene alguna cosa publicada.
Como he dicho, no sé si esta chica realmente quiere ser traductora/intérprete o si la elección es obligada por la nota de corte. El que estudia TeI es porque quiere ser traductor/intérprete (aunque al final acaben en otras cosas). Por supuesto que eso no es incompatible con la literatura —e incluso es un plus importante si aspira a ser traductora literaria—, pero me parece bastante lógico que quien quiera ser escritor haya de estudiar literatura y disciplinas filológicas.
Importante, de lo dicho hasta ahora
Creo que es necesario en este punto hacer explícito algo que debería ser muy obvio, pero que ni lo fue para mí ni me parece que lo sea para mucha gente: aunque haya obvia afinidad entre TeI y Filología, son carreras muy distintas y la formación que se obtiene es, necesariamente, distinta.
Por aclararlo: no es que TeI sea una carrera de primera y Filología sea una carrera de segunda. Son dos carreras diferentes, con objetivos diferentes y, en principio, con salidas diferentes.
Pensar en ellas como carreras de primera y de segunda es como decir lo mismo de Medicina y Enfermería, de Arquitectura e Ingeniería de la Edificación, etc.: es una clasificación mezquina y en cierta forma —valga la redundancia— clasista.
Lo que vi en la carrera
En tres cuatrimestres, obviamente no pude ver tanto como para estar en disposición de relatar de forma fidedigna lo que hay, pero sí que vi suficiente como para saber que no me gustaba la carrera ni lo que me esperaba tras ella.
Sí que me gustó que inicialmente hay muchas asignaturas de estudio práctico de lenguas: inglés a niveles C, una segunda lengua con posibilidad de empezar a estudiarla desde cero (en mi caso, alemán, y árabe un poco por las risas).
Aparte, un poco de todo como en todas partes. Sí que había asignaturas bastante absurdas. Quizá mi mayor trauma fuera con la asignatura de Documentación, donde más que aprender a documentarnos nos hablaban de cosas tan absurdas como el protocolo TCP/IP, de lo importantes que son los enlaces en las páginas web, a confeccionar bibliografía según no sé cuántos criterios (como si eso no lo hicieran recursos informáticos), etc.
Como digo, en todas las carreras y facultades hay de todo, pero nunca en Filología tuve tanta sensación (más allá de Teoría de la Literatura) de aburrimiento, tedio, hastío y pérdida de mi tiempo.
Mi historia para no dormir
Para terminar, la prometida historia de cómo el señor excelentísimo ilustre decano de la facultad me imposibilitó compaginar mi último año de grado medio —el décimo— de violín con TeI.
Sí: el decano de una facultad de humanidades.
Había dos grupos de TeI: el de mañana y el de tarde (aunque en la realidad los horarios estaban tan mal planteados que en ambos casos tenías que acudir al otro turno).
Uno no podía escoger su grupo, sino que algún ilustrado mandamás decidió arbitraria y unilateralmente que unos alumnos fueran a un grupo y los otros, al otro. Si uno pretendía cambiarse de grupo, había de ser porque se intercambiara con alguien del otro grupo o por causa justificada.
Causa justificada traigo, pensé yo, y aporté documentos del conservatorio que certificaban que yo tenía las clases del ídem por la tarde, lo que hacía incompatibles las clases de TeI por la tarde y que, por tanto, debía cambiarme al grupo de la mañana.
Se me denegó el cambio. La cosa se ponía seria. Fui a hablar con el decano, pensando, inocente, que el decano de la facultad de humanidades por principios y de oficio me facilitaría el magnífico estudio de la música.
Ha pasado mucho tiempo ya de aquella reunión y lógicamente me resulta imposible poner en pie la conversación, pero el resumen fue que aquello resultó en 15-20 minutos en que se sucedía en bucle lo siguiente:
- yo decía que tenía conservatorio por la tarde —como certificaban mis documentos— y que necesitaba cambiar TeI al grupo de mañana
- el decano decía que no, básicamente porque no
Como ya he dicho en otras ocasiones, yo no soy abogado, pero.
Al final, el decano se salió con la suya y yo tuve que preparar algunas asignaturas del conservatorio, teóricas para más inri, por mi cuenta. Acabé mi grado medio, sí, pero desde luego no con el apoyo de un decano de una facultad de humanidades.
¿Alguna moraleja de esta historia, ya que estamos? Si estás totalmente convencido de que tu causa es justa, lucha hasta el final. Hoy en día es mucho más posible que hace unos pocos años ejercer la presión necesaria.