
Las famosas Vidas paralelas de Plutarco ofrecen biografías de héroes virtuosos de la Antigüedad grecolatina. El larguísimo texto original del historiador va mostrando las vidas de un griego y un romano (p. ej. Demóstenes y Cicerón), que a continuación compara.
En este volumen, se ofrecen veintiuna biografías de la parte helena condensadas y narradas para jóvenes de entre diez y catorce años: Licurgo y los duros hombres espartanos; Solón, el sabio de Atenas; Arístides, el hombre más justo; Temístocles, el salvador de Atenas; Cimón, el almirante de la flota ateniense; Pericles, el hombre que embelleció Atenas; Lisandro (y otros): los tres grandes poderes; Alcibíades, el hombre de muchas caras; Ciro y Artajerjes: el enfrentamiento de los príncipes persas; Agesilao, el rey tullido; Agis, el rey mártir; Pelópidas, un valeroso aliado; Dion, el libertador de Siracusa; Timoleón, el salvador de Sicilia; Demóstenes, el gran orador; Alejandro Magno, el conquistador; Foción, al servicio de la ciudad; Demetrio: sandalias doradas y dos coronas; Arato, el escalador de murallas; Pirro, el rey guerrero; Filopemén, el último de los griegos.
Plutarco, el célebre autor, filósofo y educador, nació en Coronea, en Beocia, alrededor del año 46 d. C. La riqueza de sus padres le permitió recibir una educación completa en Atenas, especialmente en filosofía. Después de realizar varios viajes, vivió durante mucho tiempo en Roma, donde se relacionó con gente distinguida y desempeñó un papel importante en la educación del futuro emperador Adriano.
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Algunas respuestas
Quizá tengas preguntas. Aquí las respuestas.
¿El libro es para niños?
Efectivamente, el libro es para niños, a partir de unos 10 años, quizá incluso menos.
¿Hay dibujos o imágenes?
El interior del libro es todo texto. La única imagen que hay es la de la portada.
¿Cómo va de políticamente correcto?
El libro es políticamente correcto y apto para niños. He hecho las adaptaciones necesarias para evitar los toques innecesariamente decimonónicos del autor, la moralina más barata y desfasada, etc.
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Además de la obvia, ninguna: el contenido en ambas versiones es idéntico.
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Estos son los libros juveniles sobre mitología griega que tengo publicados por ahora (¡más en camino!):
Para adultos (y jóvenes interesados):
¡Y también sobre historia del mundo clásico!
Y como no solo de clasiqueo vive el hombre, también tengo leyendas medievales adaptadas para todos los públicos:
- La leyenda de Beowulf
- La leyenda de Roncesvalles
- La leyenda de Guillermo Tell y los libertadores de Suiza
- La leyenda de Robin Hood
- La leyenda del rey Arturo (medio plazo)
¡Y ahora vamos más allá en la historia!
Índice de contenidos
Por si te interesa, te dejo el índice de los 21 capítulos que componen el libro:
- Licurgo y los duros hombres espartanos
- Solón, el sabio de Atenas
- Arístides, el hombre más justo
- Temístocles, el salvador de Atenas
- Cimón, el almirante de la flota ateniense
- Pericles, el hombre que embelleció Atenas
- Lisandro (y otros): los tres grandes poderes
- Alcibíades, el hombre de muchas caras
- Ciro y Artajerjes: el enfrentamiento de los príncipes persas
- Agesilao, el rey tullido
- Agis, el rey mártir
- Pelópidas, un valeroso aliado
- Dion, el libertador de Siracusa
- Timoleón, el salvador de Sicilia
- Demóstenes, el gran orador
- Alejandro Magno, el conquistador
- Foción, al servicio de la ciudad
- Demetrio: sandalias doradas y dos coronas
- Arato, el escalador de murallas
- Pirro, el rey guerrero
- Filopemén, el último de los griegos
Fragmento de prueba
A continuación tienes el primer capítulo, sobre Licurgo, para que puedas ver cómo es el estilo, etc.
Los hombres del fuerte sobre la colina estaban tan rodeados de enemigos que Soo, su líder, les recomendó que se rindieran, y ellos aceptaron. Le habló al enemigo desde la muralla:
—Os tendremos por amos si estáis de acuerdo con una condición. Hemos pasado días sin agua y nos estamos muriendo de sed. Dejad que todos mis hombres beban del arroyo que fluye cerca de vuestro campamento, y entonces toda nuestra tierra será vuestra.
Consintieron. Pero Soo primero convocó a sus guerreros y les preguntó si alguno de ellos podría abstenerse de beber. Ninguno estaba dispuesto a privarse del agua que tanto tiempo llevaban deseando. Salieron del fuerte y bebieron ávidamente, todos excepto Soo. Tenía la garganta más seca que la arena del desierto, pero no bebió: solo se roció algo de agua por la cara. Entonces reunió a sus hombres y se fueron, diciéndole al enemigo:
—Esta tierra sigue siendo mía, no vuestra, pues no hemos bebido todos. Ni una gota de agua me ha tocado los labios.
Por supuesto, aquella argucia era fraudulenta según nuestras ideas de hoy; pero los antiguos griegos y otros pueblos pensaban que tales triquiñuelas eran adecuadas, especialmente si el engaño se llevaba a cabo por el bien de la patria; y Soo deseaba salvar su patria de las manos de los extranjeros.
Este caudillo Soo era espartano, y Esparta era una tierra rocosa y montañosa en el sur de Grecia, con acantilados a lo largo de la costa que se levantaban sobre las azules aguas del mar Mediterráneo. No había murallas alrededor de su ciudad principal, Esparta, pues la bravura de los ciudadanos era su única defensa.
Soo fue el primer hombre que pensó en capturar a los hombres de una ciudad costera de Esparta y esclavizarlos. Se trataba de los ilotas, y cualquier otro prisionero de guerra era tratado igualmente como los ilotas. Estos esclavos podían reconocerse por las calles por su apariencia: llevaban gorros de piel de perro y mantos de piel de oveja, pero ninguna ropa más, y todos los días —según se decía— tenían que descubrirse la espalda para que los azotaran sus amos, y de esa forma se mantenían humildes.
A veces los espartanos les daban alcohol a los esclavos hasta que se emborrachaban, y entonces los sacaban ante los jóvenes para mostrarles lo desgraciados e indignos que eran los borrachos.
Aun así, a los espartanos no les habría ido bien sin la ayuda de sus esclavos, pues los ilotas cocinaban, araban, acarreaban y en general hacían de sirvientes para casi todo. Sin embargo, los esclavos no podían venderse, y, tras pagar gran cantidad de cebada, aceite o vino a su amo, podían quedarse el resto de los frutos del campo que trabajaban.
Entre los hijos de los hijos de los hijos de Soo estaba el famoso Licurgo, en el siglo IX a. C., que fue maestro y legislador de los espartanos. Licurgo había tomado la determinación de darles las mejores leyes que pudiera al pueblo de Esparta; pero, como sabía que era más difícil gobernar a los hombres que a las ovejas o incluso a los lobos o leones, primero fue por todo el mundo para aprender todo lo que pudiera respecto a las gentes y sus costumbres. Así, viajó a la península ibérica, a Egipto y —según dicen algunos— tan lejos como la India.
Cuando volvió a Esparta, lo nombraron legislador, y una de las primeras cosas que hizo fue dividir la tierra en cuarenta mil partes o lotes, cada uno lo suficientemente grande como para mantener a una familia con cebada, vino o aceite. Y cuando pasaba por la época de la cosecha entre los campos, divididos en lotes, y veía las espigas amarillas de grano bien altas, sonreía al pensar que la tierra de Esparta estaba bien repartida entre los ciudadanos, y que cada hombre tenía ni mucho ni poco. No se usaba oro ni plata: todo el dinero era simplemente bloques de hierro, y el equivalente a un poco de dinero era tanto hierro que ocupaba una habitación entera y hacía falta un carro con dos bueyes para transportarlo, por lo que no era fácil amasar mucho dinero o que un hombre se hiciera muy rico. Los asientos, mesas y camas estaban hechas de madera de una forma sencilla, sin refinados cojines ni adornos; y las puertas y techos de las casas estaban hechos de madera cortada bastamente y sin lijar.
Licurgo no permitía que la gente se quedara en casa comiendo platos exóticos; todos estaban obligados a ir a unas mesas públicas y comer y cenar en compañía. En cada mesa se sentaban unas quince personas, y cada una llevaba cada mes cierta cantidad de cebada, vino, queso e higos, y algo de dinero para comprar carne o pescado. Su comida favorita era un tipo de estofado negro.
En las mesas se sentaban los niños con los mayores, y la gente podía hablar cuanto quisieran y hacer bromas, siempre y cuando no fueran estúpidas y de mal gusto. Y si la broma criticaba a un hombre en particular, se esperaba que se lo tomara a bien, pues los espartanos consideraban que un compañero valeroso fuera duro no solo en la guerra, sino que también debía soportar las burlas.
Los niños llevaban el pelo corto e iban descalzos y con apenas ropa. Dormían juntos en compañías o brigadas en camas hechas de juncos que habían arrancado con sus propias manos de los bancos del río. En invierno se les permitía cubrir los juncos para estar más cómodos.
Cuando los niños corrían en carreras o luchaban o peleaban, los ancianos estaban allí para observar. Durante la cena cantaban y hablaban, pero el mejor considerado era el muchacho que pudiera decir lo máximo posible con las menos palabras posibles. Esta forma de hablar típica de los espartanos era conocida como lacónica. Así, una vez, un hombre necio le preguntó a un espartano:
—¿Quién es el mejor en Esparta?
—El que menos se parece a ti —fue la respuesta.
A otro le preguntaron cuántos hombres había en Esparta, y respondió:
—Suficientes para rechazar a los malvados.
Los muchachos espartanos eran tan duros que se enorgullecían de soportar el dolor sin quejarse. Una vez, un niño había atrapado a un zorro y lo ocultó por dentro de la ropa. Mientras estaba sentado cenando, el zorro comenzó a morderle, pero el niño no hizo ni un ruido, y sus compañeros solo se enteraron cuando vieron toda la sangre que el zorro le había hecho al niño ya muerto.
Las niñas también practicaban juntas deporte: corrían, luchaban y lanzaban discos y proyectiles, pues les gustaba trabajar su físico para que fuera saludable y fuerte, de modo que pudieran ser madres dichosas. Cuando los hijos iban a la guerra, las madres espartanas le daban a cada joven su escudo y decían:
—Vuelve con este escudo o sobre él.
Es decir, que debían o traer de vuelta el escudo como un guerrero que había luchado bien, o regresar muerto cargado por sus compañeros sin haber permitido que los enemigos lo tomaran prisionero.
Los espartanos deseaban tanto que todos sus ciudadanos fueran fuertes y hermosos que a los bebés débiles y enfermos se los llevaban a una cueva profunda en la montaña y los abandonaban allí a su suerte. Aún bastante pequeños, a menudo llevaban a los niños a lugares oscuros para que se acostumbraran a la oscuridad y a caminar por ella sin miedo.
Así, los espartanos llegaron a ser heroicos en la batalla, y, cuando surgió la cuestión de si debía construirse una muralla alrededor de la ciudad, a la gente le gustó la propuesta de un hombre que dijo:
—La ciudad mejor fortificada es la que tiene una muralla de hombres en lugar de una de ladrillos.
Aun así, poderosos y belicosos como eran los jóvenes, siempre trataban a los ancianos con respeto, y, si uno entraba a un sitio, los jóvenes se levantaban inmediatamente para ofrecerle asiento.
A algunos de los que tenían más dinero no les gustaba la forma severa de vivir a la que les obligaba Licurgo, y un día una turba encolerizada lo atacó, y tuvo que huir para refugiarse en un templo. Un joven llamado Alcandro se unió a la revuelta y consideró que era una buena idea acabar con el tirano. Atacó al legislador con un palo y le dio en el ojo. Entonces Licurgo se detuvo y le mostró su rostro ensangrentado a la gente, que se avergonzó y, tras capturar a Alcandro, se lo llevaron a Licurgo y le dijeron que lo castigara como le pareciera.
El legislador llevó a Alcandro a su casa, y el joven esperaba algún castigo durísimo por su fechoría. Pero Licurgo tan solo lo hizo su sirviente para mandarlo a recados, y así fue durante varios días, y en ningún momento Licurgo le dijo malas palabras a Alcandro ni le mostró rencor. Cuando el joven finalmente fue liberado, les dijo a sus amigos cuán generosamente lo había tratado, y lo noble que era Licurgo; y de esta forma Licurgo convirtió a un enemigo en amigo.
Cuando Licurgo se sintió muy mayor, decidió dejar de vivir en Esparta. Hizo llamar a la gente y les dijo:
—Amigos, voy a ir al templo del gran dios Apolo para hablar con él y escuchar lo que tenga que decirme. Antes de irme, quiero que todos me prometáis que cumpliréis lealmente todas las leyes que os di, y que no alteréis ninguna hasta mi regreso.
—Lo prometemos —dijo la gente.
Entonces Licurgo se despidió de sus amigos y de su hijo y se dirigió al templo de Apolo en Delfos, y el dios le dijo que las leyes que había formulado para Esparta eran buenas y útiles. El legislador pensó que, si nunca regresaba a su tierra natal, los ciudadanos nunca podrían alterar las leyes.
Por tanto, por el bien del país que amaba, murió en el extranjero. Algunos dicen que murió en un sitio; otros, que en otro. Algunos dicen que murió en la isla de Creta y que, en su lecho de muerte, ordenó a los presentes que quemaran su cuerpo y arrojaran las cenizas al mar. Cuando lo hicieron, las olas dispersaron sus restos por todas partes, y de esa forma nunca regresó a Esparta.