No hace falta tener conocimientos avanzados de fonética, ni siquiera de lingüística general, para ser consciente de que una cosa son las letras, y otra, los sonidos.
Los sonidos son los que el hablante emite y el oyente recibe (sí: emisor y receptor); las letras son medios artificiales y convencionales para representar —más o menos adecuada y exactamente, según la lengua— esos sonidos.
Por ejemplo, el sonido [f] (fricativo labiodental sordo) se representa en español mediante la letra ‹f›, que convenientemente supone el mismo símbolo alfabético y fonético. Sin embargo, el sonido [x] (fricativo velar sordo) se representa en español mediante la letra ‹j› (o en ‹ge›, ‹gi› ). Por otra parte, estos mismos sonidos en otras lenguas pueden representarse, p. ej. en inglés, con ‹ph› (pharmacy), ‹gh› (enough), etc.
Ese mismo sonido [f] no equivale a la efe. Sí, en nuestro idioma y en muchos otros la efe representa el sonido fricativo labiodental sordo, pero una cosa no implica la otra. Ese mismo sonido se representa en griego moderno con otra letra, φ, y en lenguas que usan el alfabeto cirílico, con ф.
Resumamos todo esto de la siguiente forma: los sonidos son los que son, y en cada lengua se representan gráficamente de formas determinadas. Por ejemplo, en español usamos el alfabeto latino, pero περφέκταμέντε ποδρία εμπλεάρ ελ αλφαβέτο γριέγο παρα εσκριβίρ εσπανιόλ. Las letras son distintas, pero los sonidos son los mismos (más o menos).
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Hablando con propiedad
De todo esto deducimos que, en cuestiones lingüísticas —excepto cuando estamos hablando, naturalmente, de ortografía—, uno no debería referirse a los sonidos como la zeta, la efe, la eme, porque eso hace referencia a las letras que en español representan la fricativa interdental sorda, la fricativa labiodental sorda, la oclusiva nasal bilabial sonora, etc.
Emborronar la distinción en pro de la divulgación y la comprensión
Toda esta reflexión viene a cuento de un comentario que recibí. Saltó la liebre porque yo normalmente, en mis materiales divulgativos (p. ej. evoluciones de palabras del latín al español), efectivamente no hablo de oclusivas, laterales, africadas, etc., sino de la che (o sea, /tʃ/), la ere (o sea, /ɾ/), etc.
Realmente el comentario iba por otra parte, a saber, que por qué hablaba de la ere (o sea, /ɾ/) si el nombre de la letra es erre, no ere. Aquí vemos que esta persona confunde las nociones de letras y sonidos. Pero, tratando de ver más allá, el trasfondo es legítimo y digno de tratar.
Primero: en español existen dos fonemas róticos: /ɾ/ y /r/, o sea, la vibrante alveolar simple sonora (o percusiva) y la vibrante alveolar múltiple sonora (o vibrante), respectivamente; o sea, la ere y la erre.
Segundo: esos dos nombres son sumamente largos; tanto, que incluso yo necesito un momento tanto para escribirlos como para decodificar su significado. Puedo imaginar que alguien que está aprendiendo y que potencialmente aún sabe poco o nada del tema va a tener aún más problema que yo.
Tercero: a la hora de seguir una explicación, si empiezo a hablar de metátesis de la vibrante alveolar simple sonora con la aproximante lateral alveolar sonora, se forma un cuello de botella que yo puedo cortar en el vídeo para que no se note, pero que al espectador le va a causar gran fastidio y que probablemente pierda el hilo. Todo ello es justo lo contrario de lo que debería querer un buen profesor y/o divulgador.
Cuarto: igual que las letras son medios convencionales de representar los sonidos, veo perfectamente lícito aceptar la convención de hablar de la ere y la erre. Es en pro de facilitar la comprensión.
Conclusión
Propiamente, uno debe hablar de oclusivas bilabiales sordas o emplear el símbolo fonético correspondiente (en este caso, [p]) si la ocasión lo permite. Los nombres de las letras (la pe) han de reservarse para las letras, las grafías, la ortografía.
Desde luego que en un examen, en un trabajo académico, etc., uno debe hablar con propiedad y no tengo objeción en que se penalice la impropiedad de mezclar y confundir sonidos con grafías.
Sin embargo, en contenidos divulgativos que, por su propia naturaleza, pretenden divulgar y facilitar la comprensión, estar hablando de vibrantes alveolares simples sonoras en lugar de eres causa el efecto contrario. Parte fundamental de la tarea del buen profesor-divulgador es saber cuándo y dónde aflojar.
melius est reprehendant nos grammatici quam non intelligant populi
San Agustín, Enarrationes in Psalmos 138, 20